

Entre las potencialidades latentes en el ser humano, el Sharingan es una de las más atrayentes. Su arte, que consiste en el poder de adquirir habilidades observando el desempeño de otros, permite al que lo posee aprender rápidamente de experiencias nuevas y adaptarse de forma casi instantánea a las circunstancias. Generalmente su portador es incosciente de esta capacidad, a pesar de que la use en su vida cotidiana. Las situaciones de riesgo o desventaja son propicias para su expresión expontánea que, contrariamente a la creencia tradicional, no es patrimonio genético de ciertas familias. El Sharingan está latente en todos los seres humanos, y su forma incipiente, llamada también “plasticidad mental”, es prueba de ello.
La mente humana es plástica y mimética. Cuando es sometida a presiones externas, se deforma procurando conservar su integridad. Cuando sus debilidades son puestas en evidencia, tiende a disimular su presencia imitando el comportamiento de los otros. Estas habilidades “innatas” e inherentes al comprotamiento humano son formas poco desarrolladas de Sharingan y constituyen las premisas de la formacion íntegra de la personalidad. Desde pequeños, conjuntamente con las leyes físicas del mundo, debemos aprender las reglas psicológicas de la convivencia y este proceso de adaptación-aprendizaje se nutre de una mezcla desvalanceada de imitación y de imposición, en la cual la imitación es el elemento primario.
Muchos comportamientos y costumbres son adquiridos sin que medie un proceso consciente de enseñanza. Por ello el comportamiento de los niños pequeños es un termómetro valioso de la salubridad del ambiente que los circunda. Y, como gran parte de lo que somos cristaliza en la más temprana infancia, el comportamiento de los adultos también es el reflejo de la infancia, distorcionado por experiencias posteriores que moderan las fuerzas psicológicas ya adquiridas de niños en nuestro pequeño universo social.
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